22 DE JULIO VIAJE DE CONEJOS
Siempre de mirada seria, no había
sol, niebla ni frío que cambiara su rápido paso por aquella acera cerca del
conejo. Yo, Observador con 10 dedos de frente, atinaba sólo a mirar. De suave
andar, hermosa figura y aromática fragancia; lanzaba cuantas jabalinas podía, a
los que nunca fueron “champions”. Esos que se siguen preguntando hasta la
fecha: cómo lo hizo?
Sin vigilante o con el, las
sonrisas ya estaban en lista de espera. Un “posit” y todo inició, cual
competencia hacia lo nuevo en ideas, sorpresas y sobre todo alegrías. Nunca
tanas risas, miedo y alegría se mezclaron esa noche donde el pisco el jugo y la
cerveza, encantaron a más de uno. Y eso que nadie canto como el conejo.
Vueltas y vueltas al casino, y es que la naturaleza
no perdona. Así, cada minuto fue cómplice de lo que hoy ríen las manos.
Celebran cada travesura con ternura. Sonrisas, suspiros y una voz que hace
temblar como la primera vez que la oí. Sueños, también se colaron en la historia y a
su modo pintaron sus colores en cada nuevo paso por los minutos del ayer.
De noche la cena, no fue lomo,
pero si que lo miraban. Sin lentes a la mano caminaba, nada le importaba. La
suerte esta echada. Más minutos de calle, de playa, de noche y de miradas. Un
beso simple, pero con alegría, luego los que vendrían. Simplemente el viento
fluyó, y dejó que se eleve esa nueva nube que le pertenece sólo a ellos. Dos
errantes, ansiosos de ser tan libres, como el vigilante cuando duerme mientras ambos
llegan en las madrugadas.
No se más discute, porque nadie
debe molestar su sueño, apaguen la bulla y cierren las ventanas. Dejen dormir
lo que no pudo ayer cuando a lo macho cenaban. En la antigua romana, lejos muy
lejos del vigilante. Ningún chismoso, simplemente admiradores. Y es que cada
paso llamaba siempre la atención.
Fue en la tarde cuando se enrumbó,
a más de 120 kilómetros salieron a su destino. Precisa parada donde un buen pan
con pavo se saborea, y es que fue la primera vez que un conejo probaba pavo. Al
final llegaron al caos, cenaron y siguieron en la aventura, entendieron que
ellos mismos hacían su destino. Tan cercano a esos cinco años, o lejanos como
la vejez soñada.
No más voces, sólo besos. Esos
que te bañan el cuerpo y te invitan a caminar como una y otra vez por el mismo
lugar. Pese al dolor del andar. Pobre conejo en el almuerzo, ni en callancas
pudo dejar de reír; fueron cuatro veces las que hicieron su ceño fruncir y tres
ver sus labios sonreír. Pero ahí estaba él mirando desde un lugar porque no
sabía que más hacer. Siempre un luego, y otro luego. Porque es algo que nunca
morirá. Escuchaba él sin saber que fue lo que motivó este andar.
Fueron menos de 24 horas, pero
estoy seguro que contaron más de mil millones de segundos por cada minuto que
pasaban en su suave andar. No fueron dos mañanas y dos noches, fueron las
mejores horas sin derroche. Fueron esos momentos donde el conejo pudo ver sin
sus ojos lo que sus dedos nuca podrán describir en cada kilómetro de pista que
manejó para llegar lejos donde su corazón se ha perdido para siempre en el andar
de silueta como mandil transparente.
26.7.12
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