lunes, 20 de abril de 2009

Cuentos paternales

EN LA SONRISA DE UNA NIÑA, SE REFLEJA MI ALMA

Entre la vida y la vida.

A veces, el transcurrir del tiempo te aclara el color del cabello o puede que te arrugue la piel y si tienes suerte, te ablanda el corazón. En este tiempo que cada uno recorre, aprende siempre algo nuevo y si aun no lo ves, siempre son los pequeños quienes ponen una pausa en tu camino, una sonrisa en tu vida y una lección en tu alma.

Esta historia tiene una dueña y espero que cuando ella esté adulta, pueda entender lo que a veces no entendió cuando le dije que la amaba; ella de niña solo sintió un abrazo y una caricia, pero me hubiera gustado que entienda la magia de esa frase, “te amo para siempre, hija mía”. Por eso en su sonrisa se me refleja el alma.

Su presencia me ayudó a entender más de un nuevo aprendizaje que no se dicta en la universidad, ni en el post grado. Eso solo se aprende en la vida con el transcurrir del tiempo, ese tiempo vil que se apodera de ti y te aleja de tu vida, algunos nunca nos damos cuenta de eso, otros reaccionamos a tiempo. No pretendo que solo los padres entiendan lo que trato de escribir, pretendo transportar a los que no son padres a este mágico mundo de aprendizaje que se vive una sola vez.

El saber que en el vientre de una mujer, un ser desarrolla sus propias características de vida, su personalidad y fabrica su propia sonrisa, es increíble. A veces nueve meses dura la primera emoción, en otros casos menos y en otros más. En mi caso, fueron nueve meses. Me tocó aprender algo nuevo, desde como cargarla, tocarla y mirarla. Aprendí a mirarla y hasta entenderla. Recuerdo que siempre hablábamos en idiomas diferentes, pretendía que su crecimiento se acelere, los mas tonto del mundo. Mi primera lección aprendida.

Creo que todos lo hombres si quieren tener un hijo, para que cuide lo que ellos construyen, pero a veces una hija protege mejor lo que a veces los padres diseñan como proyección de vida. Debo reconocer que en el primer abrazo sentí un temor que hasta ahora no lo olvido porque fue mi segundo aprendizaje; también lo aprendí bien. El sentirla frágil y bella a la vez despierta en uno algo que no se puede explicar ni escribir, eso solo lo puede sentir.

En sus diarias y constantes sonrisas está la tercera lección, el reflejo del alma; en especial de su alma, sin prejuicios, ni maldad, inocencia hecha niña. Mi hija. Una gran mujercita que no se cansa de enseñarme cosas nuevas, de alentarme con su tercera lección: la sonrisa. Una sonrisa que recibo cuando llego a casa, cuando salgo de ella, o cuando comparto un segundo de mi tiempo (que a veces es egoísta y solo es para mi), un minuto de mi vida una vida en un segundo. Danita.

Es difícil hablar de un ser que se ama, porque se puede entender mal, se puede entender que abusas en el termino que usas para calificarla, para describirla. Una niña que sonríe se describe sola, esa fue la cuarta lección que mi hija me supo dar. Pese a la dureza con la que intenté enseñarle que mis tiempos también son para mi trabajo, ella me dijo que no todo es trabajo. Es sonrisa es sentir como ellos sienten y es guiar como deben ser.

Cada año muchos sacrificios bien hechos se deben hacer y sobre aprendizajes bien aprendidos se deben vivir. A sus tres años y medio mi niña no solo es buena, sino es una gran niña. Que devuelve el abrazo con otro, que guiña el ojo con esa picardía infantil que te encarcela en su travesura y te hace sentirla como tuya. A su edad sonríe como nunca antes lo hizo, pero sé que pudo sonreír diferente cada día de su crecimiento, y en algún momento deje de oírla, por eso hoy, aprendí una nueva lección y es que su sonrisa es la mía, en cada una de ellas se refleja mi alma.

Solo pretendo ser tan bueno como ella es, pretendo ser el ejemplo que ella debe tener en las cosas buenas, donde cada noche pueda dormir sin temores, protegida y amada por su padre, alguien que seguirá aprendiendo día a día si el creador me da la vida para verla crecer como niña y mujer. Es para mi un honor hablar hoy de mi pequeña hija, la que me robó una lágrima, la que me brindó una sonrisa, con quien aun hago travesuras en casa pintando o destruyendo algo, mi amiguita de infancia, esa infancia que regresó con ella.

Cuando puedas entender estas líneas querida hija, espero haber sido el mejor padre que tú quisiste tener; pese a mis errores y a mis miedos; el padre que dió todo por tí para que puedas superar lo que yo pude hacer. Hija mía cuando leas estas líneas espero comprendas que nunca te dejaré de amar. Porque aun muerto me llevaré en el corazón las penas y alegrías; y en mi cerebro me llevaré los recuerdos más gratos de lo que hoy escribí para tí. Sólo le pido a Dios, tiempo para verte crecer.

Nunca olvides que en tu sonrisa, se refleja mi alma.

Dedicado a mi hija: Danae Lilette ALVA RODRÍGUEZ. Trujillo 19 de abril del 2009.

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