lunes, 17 de octubre de 2011

HISTORIAS DE UN CONEJO (TERCER CUENTO)

HISTORIAS DE UN CONEJO

Viajé una vez lejos de mi casa (me contaba mi curtido abuelo), solo quería saber que había más allá. Aun recuerdo las palizas de mi padre, sonreía él, ese viejo nunca olvidaba nada, nada. Me tenía siempre en la mira y es que mis ánimos por salir de casa y vivir mi propio aprendeizaje estaban primero. Fue ahí cuando un sabio consejo de padre me invitó a escribir historias de un conejo.
Por ahora son sólo cuatro los cuentos que ya he narrado y serán muchos los que vendrán porque siempre me dijeron que el pan se puede cortar en miles de partes. Recién ahora pude entender lo que decía la abuela. Rosa. Pues bien empecemos la narración de hoy.
Cerca como siempre pero ni se miraban, sus almas estaban repartidas en hemisferios lejanos. Él mataba por ella y ella amaba a otro. Lo sabía pero decidió seguir sufriendo. Pensó que podría sobrevivir con dadivas de respiración, o la última mirada, en el peor de los casos una simple sonrisa que nunca decía nada.
Más de una letra intentó grabar en ese muerto corazón de piedra, para él; pero se ablandaba para JK; se llevaba todo, desde los sueños de un corazón de piedra hasta las miradas de la señora bella. Las llamadas, los nuevos versos, las sonrisas, que él nunca recibiría jamás. Apenas y roso su brazo, fue lo celestial de su vida, pero ella nunca lo sintió. Ángeles y demonios, fríos y calientes. Como aceite y agua, así marcaba ella esa distancia. Y el pobre nunca lo intentó comprender.
Decidí enfrentarlo y le pregunté porque soñaba con esa mujer, si en su mirada él nunca existió. Me dijo golpeado que es la mujer que siempre soñó. Mirada fuerte y penetrante, carácter indomable, hermosa sonrisa, escultural figura, inteligente, dura, alegre y mujer. Respondí y le dije al poeta que se resistía a morir, que la dejara ir, porque nunca ella la amaría como la amaba él. Que mirara mas allá de esa mujer, que vea lo que puede hacer en un poema sin una mujer.
No duró mucho esa conversación, porque nunca pude dar ese consejo; me miró se enfado, cogió su poema en blanco y simplemente se marchó, a buscar en alguna esquina esa inspiración con sabor a dolor y aroma de mujer, bella señora que mata cuanto sueño puede tener, al escribir en un muro el amor que le debe a otro ser. Así pasan los días de ese espectral poeta que aparece como alma en pena en cada poema que nunca más escribió.
Ahora cuando leo sus escritos encuentro pasión, alegrías y tristezas. Veo a un ser enamorado sin amor a quien adorar. Encuentro vida en una cama vacía, donde las alegrías nunca son para sus días. Intento descifrar sus enigmas, pero no estoy a su nivel de amar, pero lo que si pude comprender es que la mujer de sus sueños es real y tan dura como la misma realidad: nunca podrá amar al poeta que decidió morir en su mirada.
POR HAAV – 16-10-11

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